domingo, 16 de marzo de 2008
J.C.
Sabe, pálido lector, que cada vez que uno se abstiene verdaderamente de morir, resulta de eso un verdadero nacimiento, tanto más precario y doloroso en cuanto se emerge de las tinieblas sin otra madre que uno mismo, sin otra contracción que una voluntad que no siempre se alcanza a comprender muy bien. Durante largo tiempo la mente se acordará de los días en que no lograba mantener contacto ni con el cuerpo ni con el exterior, y la vida entera, sin esa otra mirada, parece mucho más frágil que el cuerpo que la contiene. Uno se sorprende a sí mismo avanzando al tanteo en un mundo sin embargo lleno de luz, a volver poco a poco de nuevo a las gentes, como si pudieran quebrarse al menor contacto, mientras que en sí mismo se siente que los fragmentos rotos no han vuelto a recuperar enteramente su lugar.
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