viernes, 16 de mayo de 2008
W.S.
Ser o no ser: ese es el dilema: si es más noble a la luz de la razón padecer las pedradas y flechazos de la afrentosa suerte, o empuñar las armas contra un mar de aflicciones y terminar con ellas combatiéndolas. Morir: dormir. No más. Y pensar que al dormir le damos fin a las congojas y a las mil desdichas naturales, herencia de la carne. Final es ese digno de anhelarse con devoción. Morir: dormir. ¿Dormir? Quizás soñar. Mas ¡ay! he allí el obstáculo; porque en el sueño de la muerte ¿cuáles visiones pueden asaltarnos, luego de habernos despojado de este mortal ropaje? Es algo que nos hace vacilar. Y esta es la reflexión que a la desgracia da tan larga vida; pues si no ¿quién querría tolerar los latigazos y burlas del tiempo, la opresión del tirano, la afrenta del soberbio, las congojas de un amor desairado, las rémoras legales, la insolencia de un alto funcionario y los vejámenes que el virtuoso recibe paciente del indigno, cuando él mismo podría darse el descanso con un simple puñal? ¿Quién querría soportar esas cargas y gruñir y sudar bajo el peso de una vida tediosa, si no fuera que el miedo a lo que existe más allá de la muerte -esa ignota región cuyos confines no vuelve a traspasar ningún viajero- frustra la decisión y nos obliga a preferir los males que tenemos que no volar hacia otros que ignoramos? Y la conciencia así nos acobarda a todos y el ímpetu inicial de la resolución se atenúa bajo el pálido velo del pensamiento, y las empresas de mayor aliento e importancia, con estas meditaciones extravían su curso y el nombre de acción pierden.
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