jueves, 17 de junio de 2010
J.C.
sabiendo muy bien dónde están,
sabiendo todavía mejor que es absurdo,
y sabiendo por encima de todo que no pueden ser violados por el absurdo en la medida en que no solamente lo enfrentan, sino que ese absurdo de ir hacia lo absurdo es exactamente lo que hace caer las murallas. (...)
O sea, que están a contrapelo del absurdo porque lo saben vulnerable, vencible, y que en el fondo basta gritarle en la cara que no es más que la prehistoria del hombre, su proyecto amorfo, y que se acabo, esta vez se acabó, no se sabe bien cómo pero a esta altura del siglo hay algo que se acabó, hermano, y entonces a ver qué pasa, y por eso precisamente
esta noche,
en lo que se hace o se dice,
en lo que dirán o harán tantos que siguen entrando y se sientan delante de la pared de ladrillos, esperando, como si la pared de ladrillos fuera un telón pintado que va a alzarse apenas se apaguen las luces,
y las luces se apagan, claro,
y el telón no se levanta, archiclaro,
porque-las-paredes-de-ladrillo-no-se-levantan.
Absurdo,
pero no para ellos porque ellos saben que eso es la prehistoria del hombre, están mirando la pared porque sospechan lo que puede haber del otro lado...
martes, 15 de junio de 2010
V.P.
El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar el sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sábanas. Enciende un cigarrillo. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede dormir. A las tres de la madrugada se levanta. Despierta al amigo de al lado y le confía que no puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un pequeño paseo a fin de cansarse un poco. Que en seguida tome una taza de tilo y que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar. Esta vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre no se duerme. A las seis de la mañana carga un revólver y se levanta la tapa de los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio es una cosa muy persistente.
sábado, 12 de junio de 2010
R.D.
Hermano, tú que tienes la luz, díme la mía.
Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas.
Voy bajo tempestades y tormentas
ciego de ensueño y loco de armonía.
Ese es mi mal. Soñar. La poesía
es la camisa férrea de mil puntas crüentas
que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas
dejan caer las gotas de mi melancolía.
Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;
a veces me parece que el camino es muy largo,
ya veces que es muy corto...
Y en este titubeo de aliento y agonía,
cargo lleno de penas lo que apenas soporto.
¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?
jueves, 3 de junio de 2010
J.P.
P.N.
Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes
a tus ojos oceánicos.
Allí se estira y arde en la mas alta hoguera
mi soledad que da vueltas los brazos como un
náufrago.
Hago Rojas señales sobre tus ojos ausentes
que olean como el mar a la orilla de un faro.
Sólo guardas tinieblas, hembra distante y mía,
de tu mirada emerge a veces la costa del espanto.
Inclinado en las tardes echo mis tristes redes
a ese mar que sacude tus ojos oceánicos.
Los pájaros nocturnos picotean las primeras
estrellas
que centellean como mi alma cuando te amo.
Galopa la noche en su yegua sombría
desparramando espigas azules sobre el campo.
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