lunes, 8 de septiembre de 2008

F.K.





Amaba a una muchacha que a su vez me amaba, pero tuve que abandonarla.

¿Por qué?

No lo sé. Era como si estuviera rodeada por un círculo de hombres armados, con las lanzas en ristre apuntando hacia fuera. Cada vez que me acercaba, iba a parar a las puntas de las lanzas, acababa herido y me veía obligado a retroceder. He sufrido mucho.
¿Era la muchacha culpable de ello?
No lo creo, o más bien sé que no lo era. La comparación anterior no es del todo acertada, pues yo también estaba rodeado de hombres armados, con las lanzas en ristre apuntando hacia dentro, o sea, contra mi persona. Cuando procuraba llegar a la muchacha, primero quedaba atrapado por las lanzas de mis hombres armados y a partir de ese punto ya no avanzada. Tal vez nunca llegué hasta los hombres armados de la muchacha, y si he llegado, lo habré hecho sangrando por heridas de mis lanzas y habiendo perdido ya el conocimiento.

¿Se quedó sola la muchacha?

No, otro avanzó hasta ella, ligero y sin encontrar obstáculos. Extenuado por mis esfuerzos, lo contemplaba con indiferencia, como si fuese yo el aire por el cual acercaban sus rostros para el primer beso
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