martes, 9 de marzo de 2010
T.S.E.
Así que estoy, por el camino de en medio, habiendo pasado veinte años,
veinte años casi desperdiciados, los años de l´entre deux guerres:
tratando de aprender a usar palabras, y cada intento es un arranque completamente nuevo, y un diferente tipo de fracaso
porque uno ha aprendido sólo a prevalecer sobre las palabras
para aquello que uno ya no tiene que decir, o el modo como uno ya no está dispuesto a decirlo. Y así cada intento
es un nuevo comienzo una incursión en lo inarticulado con un desastrado equipo siempre deteriorándose
en la confusión general de la imprecisión del sentimiento, indisciplinadas escuadras de emoción. Y lo que hay que vencer
por fuerza o sumisión, ya se ha descubierto
una vez o dos, o varias veces, por hombres que uno no pude esperar
emular, pero no hay competición
sólo hay lucha por recobrar lo que se ha perdido
y encontrado y vuelto a perder: y ahora, en condiciones
que no parecen propicias. Pero quizá no hay ganancia no pérdida.
Para nosotros, sólo está el intentar. Lo demás no es asunto nuestro.
Nuestra casa es desde donde arranca. Al envejecer el mundo se nos vuelve más extraño, más complicada la ordenación
de lo muerto y lo vivo. No el intenso momento
aislado, sin antes ni después,
sino toda una vida ardiendo en cada momento
y no toda la vida de un hombre solamente
sino de vieja piedras que no se pueden descifrar.
Hay un tiempo para anochecer bajo la luz de las estrellas,
un tiempo para el anochecer a la luz de la lámpara
(el anochecer con el álbum de fotos).
El amor es más aproximadamente el mismo
cuando dejan de importar el aquí y el ahora.
Los viejos deberían ser exploradores
aquí o allí no importa
debemos estar quietos y seguir moviéndonos
entrando a otra intensidad
para una mayor unión, una comunión más honda
a través del oscuro frío y la vacía desolación,
el clamor de la ola, el clamor del viento, las vastas aguas del petrel y la marsopa. En mi fin está mi comienzo.
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